By Dr. José Luis Lezama, Professor-Researcher, Director of the Interdisciplinary Seminar on Environmental and Sustainable Development, Mexico

230px-jlezamaDe no haber sido por el discurso del presidente de Uruguay, José Mujica, en la cumbre sobre Desarrollo Sustentable Río+20, que tuvo lugar en Río de Janeiro del 20 al 22 de junio, la monotonía de la reunión reflejada en su Declaración Final, El Futuro que Queremos, hubiera sido absoluta. Este documento no es sino la expresión del desinterés por enfrentar las causas profundas de la crisis ambiental por la mayor parte de quienes gobiernan y de quienes comandan la economía, lo mismo en el mundo desarrollado que en el subdesarrollado.

El presidente Mujica no dijo nada nuevo, pero su mensaje estaba imbuido de un profundo contenido ético, de un gran misticismo, de una voluntad de trascender el lenguaje superficial de la cumbre. En las palabras del presidente, en el texto de su mensaje, en el tono de su voz no sólo reverberaban las ideas del pensamiento libertario ambiental provenientes de la Ecología Política y la crítica a los valores de la sociedad moderna, al menosprecio de ésta hacia la naturaleza denunciada por los pensadores de la Escuela de Frankfurt, sino también el tono solidario, cálido y redentor de la poesía amorosa de Benedetti, y quizá el dejo y el ser sudamericano de las canciones de Larralde y Zitarrosa. Pero igualmente se dejaba sentir en su discurso al antiguo militante de izquierda, al guerrillero, al preso político, al hombre con su niñez precaria, al que ha hecho de la modestia y la austeridad su prédica.

Ni siquiera tenían sus palabras el tono de los ecologistas radicales, de la ecología profunda. Plantado en el más puro espíritu antropocentrista, el presidente uruguayo tocó uno de los fondos de los problemas de la crisis ambiental contemporánea, definiéndola no como una crisis ecológica sino sobre todo política y de valores. El problema está en quienes ven la felicidad como una cuestión de consumo, de consumo y producción compulsivos, como una felicidad de mercado, una felicidad comercializable, algo que se resume en la práctica del úselo y tírelo, en una organización de la vida que degrada y somete a su misma fuente de sustento, la naturaleza, la cual es reducida a simples materias primas al servicio de una maquinaria económica que no puede parar, que se ha independizado del hombre, que domina al hombre, aún cuando es su propia criatura.

Este hombre señaló lo que nadie podía decir, lo que no podía ser expresado por ninguno de los jefes de Estado asistentes a la cumbre y representantes también del estabishment ambiental, que la mayor parte de los diagnósticos, las propuestas y estrategias para salir de la crisis han fallado porque se sustentan en los mismos principios que han generado el problema: la competencia y el mercado. Visto de esta manera, para poner sólo un ejemplo, los fallidos intentos por detener el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero, que a decir de los expertos explican el cambio climático, tienen su causa en la negativa por parte de quienes comandan la economía mundial (Estados Unidos y China, por ejemplo) para dejar momentáneamente a un lado sus intereses económicos, su diferencias políticas, las disputas por los mercados y comprometerse por una causa que les debe ser común, que amenaza de manera similar su misma viabilidad como potencias económicas, como es la causa ambiental, que no sólo es buena para la naturaleza por sí misma, sino para todos quienes dependen de su riqueza material.

Mientras el presidente Mujica emitía su valoración crítica de las causas sociales y políticas de la crisis ambiental, los jefes de Estado y las delegaciones de las naciones asistentes discutían la propuesta de declaración oficial de la cumbre, “El Futuro que Queremos”, típico documento de las Naciones Unidas, en donde cada palabra que se incluye debe ser negociada, cada párrafo refraseado miles de veces, corregido, vaciado de contenido, desprovisto de cualquier sentido crítico, de palabras “irritantes” que pudiera alterar a los protagonistas, evitar el acuerdo, “el compromiso”, la firma final, el “éxito” de la cumbre, todo aquello que depende de los grandes bloques económicos y de los líderes que, también en el mundo no desarrollado, comparten los mismos valores que depredan los recursos de la naturaleza. Al final, los participantes parecían orgullosos de un documento mediocre, burocrático, pueril, decorado con la omnipresencia de la palabra sagrada, con la frase que bendice y purifica: Desarrollo Sustentable, un texto sordo a la imaginación, que falla en el diagnóstico de las causas de fondo, de los factores de poder que se expresan en la crisis económica, la pobreza y la crisis ambiental y que al discurso del presidente uruguayo responde con la frase de moda, con esa expresión que se abre camino, que inicia un nuevo ritual, que anuncia el nacimiento de nuevos héroes que prometen la salvación: “Economía Verde”, Crecimiento Verde”, nuevos discursos para sustituir al desgaste de la sustentabilidad.

+ This article was originally published on www.joseluislezama.com

+ Watch Uruguay’s President José Mujica speech at the Rio+20 Conference (with English subtitles)

+ Read also “Setting Realistic Expectations for Rio+20”, by Michael Cohen